En pocos años la historia fue escrita por un joven que quería ser escuchado más que ser famoso.

Por Beatriz Álvarez

I wish I was like you, easily amused…

Kurt Donald Cobain, oriundo de una localidad con tonalidades grisáceas como lo es Aberdeen, en Seattle, no cumplió el propósito de Ronald Reagan, ese que pinta un sueño americano que en sueño se quedó. Hogar de gente trabajadora, dónde nunca faltó la música ni la guitarra. La situación económica no daba para soñar, mas bien para sobrevivir de la manera más llevadera. Kurt se lo planteó sin darse cuenta que con el álbum “Bleach” la tan apreciada fama para algunos iba a golpear más temprano que tarde a su puerta.

Así como la vida a ratos sorprende como un vendaval, Kurt y Nirvana le dan tonalidades doradas a Aberdeen y a toda la camada de músicos de la zona. El grunge estaba posicionándose en el mapa, para consagrarse como leyenda del rock and roll con el póstumo “Nirvana unplugged en New York”. En pocos años la historia fue escrita por un joven que quería ser escuchado más que ser famoso. Porque finalmente, la idiosincrasia recuerda pasajes fríos de infancia, covers de Queen y The Beatles, camaderia y cimarras.

Siempre fue crítico del brillo y de causas por su región, pero Geffen Records se enfocó en que su brillo opacara lo demás. Una genialidad de discos, con sello propio cada uno. No obstante no era suficiente. Uno se cansa de caminar supongo.

Cuando su luz se apagó, todo el mundo lloraba su ausencia. Todo el mundo hasta hoy, con generaciones nuevas haciendo trendings con canciones de Nirvana, goza del legado. Pero él no era fácilmente distraído por los destellos. Era un hombre grandioso por lo que era detrás de estos. Ojalá recordar a esta leyenda desde esa perspectiva. De ser grande sin querer queriendo.

Beatriz Álvarez es Encargada Social Media Ritoque FM, Directora Editorial Subnorte Comunicaciones